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15/11/25

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El Estado que Olvida sus Funciones

Milton Friedman, uno de los economistas liberales más influyentes del siglo XX, defendía que el Estado debía cumplir solo cuatro funciones esenciales: garantizar el Estado de Derecho, proveer seguridad externa, mantener la seguridad interna y ofrecer ciertos bienes públicos que el mercado no puede suministrar eficientemente. Más allá de ello, argumentaba Friedman, el Gobierno se convierte en una fuerza que limita la libertad, mina la eficiencia, e inevitablemente abre la puerta a la corrupción.

La idea fundamental era sencilla: un Gobierno debe ser fuerte en lo esencial, pero limitado en lo demás.

Sin embargo, la realidad política contemporánea en muchos países parece moverse en la dirección contraria: Estados que crecen en tamaño, estructura, gasto, y personal, sin mejorar proporcionalmente los servicios públicos y, con frecuencia, deteriorándolos. Este fenómeno merece una revisión crítica a la luz del marco conceptual propuesto por Friedman.

  1. El Estado de Derecho en riesgo: demasiadas leyes, poca justicia

Para Friedman, la primera función del Gobierno es proveer justicia y proteger los derechos de propiedad, lo que exige un sistema legal claro, eficaz y estable. Pero hoy los Estados tienden a:

  • Crear regulaciones cada vez más complejas e impracticables.
  • Incrementar burocracias regulatorias superpuestas.
  • Legislación constante que cambia reglas económicas y jurídicas sin previsibilidad.
  • Judicialización lenta, costosa y muchas veces politizada.

El resultado es paradójico: más leyes, pero peor justicia.

En muchos países, el crecimiento del aparato estatal no ha significado mejor seguridad jurídica, sino más inseguridad regulatoria, más discrecionalidad, y más espacios donde prosperan intereses particulares y corrupción normativa.

  1. Defensa nacional: presupuestos crecientes sin estrategia clara

La defensa nacional, un bien público por excelencia, también está lejos de la visión friedmaniana de eficiencia y foco. Mientras los presupuestos se disparan año tras año, no siempre se observa:

  • Mejor capacidad operativa.
  • Mejor entrenamiento.
  • Mejor equipamiento relevante.
  • Racionalización del gasto.

El aumento del presupuesto de defensa muchas veces crece sin una reflexión estratégica, impulsado por inercia política, presiones industriales o intereses partidistas más que por necesidades reales. Una vez más, más gasto no implica mejor servicio.

  1. Seguridad interna: más estructuras, menos efectividad

Aunque los Estados dedican cantidades crecientes de dinero a fuerzas de seguridad, unidades especiales, organismos de control y estructuras administrativas adicionales, la sensación ciudadana en muchas regiones es exactamente la contraria:

  • Mayor inseguridad urbana.
  • Mayor criminalidad organizada.
  • Menor presencia policial efectiva.
  • Procesos judiciales lentos y fallidos.
  • Impunidad creciente.

La multiplicación de organismos no ha mejorado la eficiencia, sino que ha generado un laberinto burocrático que diluye responsabilidades y aumenta los costos.

  1. Bienes públicos: una excusa perfecta para expandir un aparato sin control

La cuarta función del Estado —proveer ciertos bienes públicos que el mercado no puede proporcionar eficientemente— se ha convertido en la puerta de entrada para justificar un crecimiento estatal ilimitado.

Bajo el paraguas de “lo público”, los Gobiernos actuales han creado:

  • Nuevos ministerios para cada agenda política del momento.
  • Agencias, comisiones, y observatorios de utilidad dudosa.
  • Miles de empleos públicos sin una justificación productiva real.
  • Programas temporales que se vuelven permanentes.
  • Subvenciones que generan dependencia y no mejora social.
  • Estructuras administrativas paralelas en todos los niveles.

El gasto público no deja de crecer, pero los servicios que se supone debe proveer el Estado —justicia, seguridad, salud, educación, infraestructura— no mejoran al mismo ritmo, o directamente empeoran.

El problema central: el “poder de gastar” como motor del Estado moderno

Friedman advertía que el verdadero poder del Gobierno no es legislar, sino gastar. Y cuando los presupuestos se vuelven gigantescos, opacos, y difíciles de auditar, aparecen inevitablemente:

  • corrupción,
  • despilfarro,
  • clientelismo,
  • compras públicas infladas, adjudicaciones dirigidas,
  • favoritismos políticos.

Cada incremento del gasto estatal abre nuevas oportunidades para la mala gestión y la apropiación indebida de recursos. En demasiados países, el Estado se ha convertido en el empleador de último recurso y en la maquinaria que alimenta redes clientelares y políticas.

El resultado es un círculo vicioso: más gasto → más burocracia → menor eficiencia → más justificación para aumentar el gasto.

Un Estado grande no es un Estado fuerte

La enseñanza de Friedman es clara: un Estado fuerte es aquel que cumple bien sus funciones básicas, no uno que invade todos los aspectos de la vida económica y social.

Hoy prevalece el modelo opuesto: Estados inmensos, caros, hiperregulados, que funcionan peor cuanto más grandes se vuelven.

Este no es un problema ideológico, sino funcional. Cuando el Estado se extiende más allá de sus funciones esenciales:

  • reduce la libertad económica,
  • sofoca la actividad privada,
  • distorsiona incentivos,
  • concentra poder,
  • y genera espacios para la corrupción sistémica.

La clave está en regresar a lo fundamental: un Estado limitado, eficiente, y centrado en sus verdaderas responsabilidades.

 

Conclusión: volver a lo básico para recuperar eficiencia y libertad

La visión de Friedman no es una utopía mini estatal, sino un llamado a definir con claridad qué debe y qué no debe hacer un Gobierno. En un momento histórico donde muchos Estados están sobredimensionados, endeudados, y plagados de ineficiencia y corrupción, recuperar estos principios no es un capricho liberal: es una necesidad institucional.

Los ciudadanos pagan más impuestos que nunca, pero reciben menos servicios y menos calidad. La pregunta no es cuánto debe gastar el Estado, sino para qué lo hace.

Si los Gobiernos modernos no redescubren las cuatro funciones básicas de las que hablaba Friedman, seguirán expandiéndose sin control, mientras el ciudadano recibe cada vez menos y paga cada vez más.

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