El sector bancario europeo sigue buscando su sitio tras la Gran Recesión. Estuvo en el origen del problema y a veces da la sensación de que todavía no se ubicado en el nuevo escenario. Cierto es que los bajos tipos de interés y una regulación financiera que busca limitar el riesgo del crédito (para no volver a caer en las mismas), juegan en contra de la actividad que les caracteriza: prestar y captar dinero. Y al final eso es lo que explica en gran medida que cuando se cumple un año de la publicación de los últimos test de estrés a los bancos en Europa, no llueven ríos de crédito en el viejo continente, la mejora es lenta.
Ahora no resulta tan sencillo para las entidades realizar operaciones alternativas que engrosen su cuenta de resultados como las del mercado de renta fija soberana tras las subidas de precios y bajada de rentabilidades en bonos. Además, tras observar las cuentas de resultados de entidades como las españolas me llama la atención como desde hace meses los propios bancos destacan las subidas de comisiones como uno de los aspectos positivos que acompañan sus cuentas. En la mayor parte de los casos, se trata de subidas en ingresos por comisiones ligadas a los productos fuera de balance como son los fondos de inversión y los planes de pensiones. Por citar algún ejemplo, es el caso del Banco Santander, que si bien reconocía este mes de octubre que el crédito en países como España sigue a la baja (-1%) sus ingresos globales por comisiones entre enero y septiembre han subido un 6%; una mejora que es del 15,7% en el caso de banco Sabadell en el mismo periodo o superior al 4% en el caso de entidades como Banco Popular. Estoy totalmente a favor de que la banca cobre por los servicios prestados y no me opongo a que la banca diversifique su negocio como considere conveniente. Sin embargo todavía me genera algo de inquietud que más allá del perfilado del cliente por parte de la entidad, la oficina bancaria juegue el papel tan importante como asesor de productos financieros para una parte de la población. Y ahora que los depósitos apenas rentan y que las entidades se lo piensan mucho antes de conceder un préstamo, la banca de producto se pone en el centro de la diana para ambas partes.
Dicen los que siguen el sector financiero, que veremos una nueva oleada de despidos y fusiones en la banca europea porque las entidades necesitan ser menos en número y más grandes en proyección transnacional para sobrevivir (incluso hay voces públicas que reconocen su conveniencia). El sector convive además con el flujo constante de mensajes encaminados a reducir la dependencia bancaria de las empresas en favor de vías alternativas de financiación y con la creciente competencia de los actores tecnológicos que ganarán cuota de mercado a medida que los nativos digitales (ahora niños y adolescentes) lleguen a la edad adulta. Y por si fuera poco, lo de endeudarse ni mucho menos está de moda. La diversificación geográfica fue una de las apuestas de los grandes bancos españoles en los últimos años. Y eso, que supuso un gran apoyo para las entidades cuando España estaba sumergida en la recesión y la banca estaba limpiando su ladrillo, se convierte ahora en un borrón que da trabajo en tiempos difíciles para economías como la brasileña.
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