“La forma es el resultado de la función” La Bauhaus
Tiene matices de ciudad vieja, y eso fue lo que más me gustó. La conocía por las películas. No por las de Woody Allen, si no por Billy Wilder en “1,2,3” (1961) y por Wolfgang Becker con “Good Bye, Lenin!” (2003). Una ciudad en la que el comunismo y el capitalismo se han enfrentado no solo con palabras, también con muros, con bombardeos y con muertes. Wilder con la Coca-Cola y las sonrisas. Becker con los pepinillos y un hijo entregado. Berlín es una ciudad vieja en muchos aspectos, por ejemplo cuando se viaja en metro. Vagones impensables en la endeudada ciudad de Madrid, estaciones con la pintura desconchada más propios de la Europa del sur… Si cuando uno pone el pie en Nueva York y siente que está en el plató de una película, cuando uno pone el pie en algunos lugares de la capital alemana, recuerda que muchos economistas llevan años pidiendo una renovación de las infraestructuras alemanas que contribuyan a la recuperación de otras economías europeas. Berlín, esa ciudad reconstruida, pero vieja a la vez. Cerca del punto Charlie (nombre del soldado estadounidense que hizo la última guardia antes de la caída del Muro), todavía queda en pie un edificio que sobrevivió a los bombardeos durante la guerra. A partir de aquel momento todo se levantó, otra vez. Pero de aquello hace ya muchos años. En algunos casos, los suficientes como para volver a envejecer.
Me cuesta pensar que sea malvada una ciudad en la que hay pocas papeleras pero no encuentras basura en el suelo; una ciudad en la que los niños de cinco años entran a ver los ensayos de los estudiantes de la Filarmónica y saben guardan el más absoluto de los silencios; una ciudad en las que pasas por una calle y si nadie te lo dice, ni te enteras de que bajo tus pies está el bunker en el que Hitler pasó sus últimos días. Una ciudad en la que si vas en bici, tendrás siempre prioridad sobre los coches. Una ciudad cuyo parlamento, ese Bundestag en el que los alemanes han hecho declaraciones muy duras sobre sus socios en los últimos años, tiene una de las cúpulas más espectaculares que he visto en mi vida. He leído y escuchado de todo sobre los alemanes durante esta crisis financiera que nos acompaña en Europa desde 2008. Malvados bancos alemanes, insolidarios ciudadanos. Quizás es compatible. Y sin embargo, cuando he pisado su suelo y su terreno, me he sentido como en casa. Berlín tiene un problema, tiene rincones de ciudad vieja, de una ciudad en la que se puede invertir, pero todo en ella funciona. ¿De verdad es necesario cambiarlo o eso sería un derroche?
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