Lo raro es que el fabricante de las salchichas y el del ketchup más conocidos no perteneciesen a la misma empresa, aunque solo fuese porque el camión que realiza la distribución de los productos aproveche el viaje para transportar dos alimentos que en el 99,9% de los casos se consumen juntos. Lo pienso al asistir al anuncio de integración de Kraft (Oscar Mayer) y Heinz (conocida por sus salsas), una de las mayores uniones en el ámbito de la alimentación de los últimos años y cocinada por quien recomienda invertir en lo que se entiende, Warren Buffett. Claro que por suerte en el mundo se entienden más cosas que la comida rápida, si no ya me dirán ustedes como es que Mikke Markkula destinó millones de dólares en Apple allá por los 70 o como hace 20 años Jeff Bezos se las ingeniaba para conseguir el dinero necesario para lanzar Amazon.com. Quizás es porque en la vida, cada uno entendemos las cosas de una manera. Cuando hace 16 años aterricé en la información económica, todo el mundo comprendía que las empresas se endeudasen y así lo explicaban los colegas de entonces. “Es sinónimo de que están invirtiendo para crecer”, me decían. Aquella frase casi me la tatúo. Menos mal que tuve un brote de cordura en mi juventud porque cuando luego se le dio la vuelta a la tortilla… “La deuda era insostenible”, se empezó a escuchar. Ambos argumentos eran compresibles, pero había llegado el momento de ver las cosas de otra manera. Fíjense, hace pocos días cayó en mis manos uno de esos libros que te hacen desear que llegue la hora de meterse en el metro para tener 25 minutos de soledad en los que poder leer sin que nadie interrumpa el placer de descubrir. ¿Por qué el agua en un botijo permanece fría? ¿Qué se esconde detrás del nombre del grupo Smashing Pumpkins? ¿Qué es el humo que brota del suelo de las calles de Nueva York? Sí, seguro que usted sabía que el humo de Manhattan es el vapor que proviene del sistema de calefacción de la gran manzana. Yo lo desconocía y descubrirlo de la mano de Guillermo Fesser me hizo mirar la cultura norteamericana de otra manera. Otro ejemplo, ahora mediante una pregunta. ¿Con qué ojo mira usted a Talgo, a la empresa fabricante de trenes? En los años 80, en una pequeña ciudad de provincias, la llegada del nuevo tren Talgo era sinónimo de modernidad. A 600 kilómetros de la capital del país, poder subirse a esa nueva versión de tren que según decían viajaba tan rápido, era poder estar conectado con el mundo. Y eso fue lo que sentí cuando un día mi hermano y yo fuimos a despedir a mis padres al andén de la estación y ambos decíamos adiós con la mano mientras el Talgo partía rumbo a la gran ciudad. A Madrid, nada más y nada menos. “Mi ciudad es importante porque vienen los trenes modernos”, pensábamos mi hermano y yo. Lo recuerdo y me hace gracia, ¡vaya ocurrencias las de dos niños que aún no se habían dado cuenta de que las ciudades bañadas por el mar suelen ser más vanguardistas y están más conectadas con el mundo que muchas otras! He vivido el anuncio del inicio de trámites para el proceso de la salida a bolsa de Talgo, a mi manera. Ya sé que la bolsa poco tiene de emocional, que a los mercados financieros vamos a poner en valor activos o a buscar financiación para seguir con el proceso de crecimiento, pero cuando las agencias de noticias informaron de las intenciones del fabricante vasco de trenes de poner en marcha una OPV, el reloj de mi radio se paró en seco. Volví a aquel andén en la estación de una ciudad de provincias, frente a un tren blanco con formas redondeadas lleno de pasajeros con cara de ilusión porque emprendían un viaje. Y yo le daba la mano a mi hermano pensando, “nos quedamos solos mientras papá y mamá se van a un hospital a Madrid para una operación que en Vigo no se puede hacer porque el hospital no tiene las técnicas más modernas”.
Cada uno entendemos las cosas de una manera. Yo no soy capaz de entender los mercados si no están plagados de historias detrás de cada una de las empresas o de los activos que lo conforman. Por eso envidio a los gestores cuyo trabajo es conocer desde dentro el funcionamiento de una compañía antes de incorporar sus acciones o sus bonos a la cartera y por eso admiro a los analistas fundamentales que disfrutan destripando empresas. No hablo de beneficios de explotación, de inversiones y de dividendos. ¿O quizás sí? Más allá de que más del 50% de las operaciones que se cruzan en el mercado cada día dependan de algoritmos o de la velocidad de la luz, a veces necesitamos conocer que detrás de cada número hay una historia, porque así, lo entendemos. Sé que el flujo de sensaciones en el andén de una estación de tren no determinan el valor de un negocio, pero me ayudan a entenderlo, aunque sea a mi manera. Nunca se sabe. Siempre había pensado que el ser humano se puso de pie para dedicar las manos superiores a cazar y a comer, y resulta que el otro día leí que el verdadero motivo que se esconde detrás de la incorporación del ser humano es la necesidad de liberar las extremidades superiores para poder abrazar. Necesitamos abrazos, necesitamos historias. Y después, ya vendrán los mercados. Al menos, esta es mi manera.